Una tonta historia de campamento

Jorge lanzó una piedra al lago. Esta, en vez de rebotar grácilmente sobre la superficie un par de veces antes de desaparecer, se hundió en el agua con un splash bastante sonoro y humillante.
¿Por qué? Pues porque a Jorge le salía siempre todo mal.
Desde el comienzo de su trabajo como monitor, ningún campista le había tomado enserio, en especial su grupo. Eran los más pequeños del lugar y cada vez que se despistaba y miraba hacia otro lado, liaban una nueva.
Eran un cielo y sabía que le querían mucho. Tenía que admitir además que meter una paloma en el vestuario de los campistas adolescentes mientras se estaban preparando para ira la piscina había sido muy gracioso. Pero no
tanto la guerra de comida del martes, que le tuvo limpiando el comedor hasta casi entrada la noche.
Jorge suspiró antes de tirar otra piedra al agua.
Con el mismo resultado, por supuesto.
A lo lejos y a su espalda, se oían las voces de la fiesta de fin de última quincena. En ella, niñes y monitores se reunían por la noche alrededor de una gran hoguera para disfrutar de juegos de campamento, comer chucherías y cantar. Tenía
pinta de ser una celebración muy divertida, pero Jorge no estaba de humor. Prefería quedarse allí
sentado remojando los pies en el lago.
Y ya había hecho suficiente ridículo con Guille por un día.
Su compañero Guille se ocupaba de les niñes algo más mayores. Aquella noche se había puesto a cantar alrededor del fuego para entretenerlos acompañado de su guitarra. Era como la imagen de una postal de tienda de recuerdos de un camping y Jorge… pues… Había perdido el norte.
Algo le había hipnotizado y su cerebro se había marchado sin él a la piscina del pueblo de al lado, dejándole solo y desamparado.
No tenía que preguntarle a nadie para saber que en vez de cantar con él la canción, como el resto de presentes, se había quedado embobado admirándole. Lo largas que tenía las manos, lo delicado de los hombros, las tupidas pestañas
que arrojaban la sombra de las llamas sobre aquellos pómulos duros e inundados de pecas…
Tras ellas, se ocultaban unos amables ojos grises que eran lo más bonito que Jorge había visto en mucho tiempo. El pelo, negro como el azabache, estaba recogido en una larga trenza que contrastaba contra la piel blanquecina.
Guille era el único monitor que había terminado la temporada tan pálido como había empezado. El resto habían hasta apostado entre ellos para ver quién podía ponerse más moreno en menos tiempo.
Su físico también difería bastante del de Jorge. Mientras que él era más grande y algo más musculoso, Guille era más alto y… elegante puede que fuera la palabra que estaba buscando.
Al terminar la pieza, todo el mundo aplaudió feliz y se dispersó con premura para seguir con lo que fuera que estuvieran haciendo antes. Guille se mantuvo en su sitio, solo frente a la hoguera. Parecía que la guitarra necesitaba algún tipo de preparación antes de ser guardada y le habían dejado tranquilo para poder concentrarse en la tarea.
Pero Jorge vio ahí una oportunidad de oro. Podía utilizar aquel momento para hablar con él. Por fin solos. El campamento estaba a punto de terminar y, si quería de verdad intentar algo con Guille, no iba a encontrar un momento mejor.
De hecho, ningún otro momento hasta el siguiente verano (si es que volvían a coincidir).
Venga. Se debía a sí mismo el intentarlo.